Por Cindy Wooden
Catholic News Service
CIUDAD DEL VATICANO (CNS) — En la tranquilidad de la Nochebuena, el Papa Francisco abrió la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, dando inicio a lo que llamó un “Jubileo de la Esperanza”.
Al abrirse las puertas, las campanas de la basílica comenzaron a repicar.
Tras la lectura de un breve pasaje del Evangelio de Juan en el que Jesús se describe a sí mismo como “la puerta”, el Papa Francisco abandonó brevemente el atrio de la basílica, creando cierta confusión. Pero cuando los cardenales de la primera fila se sentaron, los demás hicieron lo mismo.
Tres minutos después, el Papa regresó. Le empujaron en su silla de ruedas por la rampa hasta la Puerta Santa. En silencio, se levantó de la silla para llamar cinco veces, y los ayudantes del interior abrieron lentamente la puerta, que había sido enmarcada con una guirnalda de ramas de pino verdes, adornada con rosas rojas y piñas doradas.
La apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro ha sido un elemento fijo de la celebración de los años jubilares de la Iglesia Católica desde el Año Santo 1450, dijo el Vaticano.
El Papa Francisco eligió “Peregrinos de la esperanza” como tema del Año Santo 2025, que comenzó el 24 de diciembre y durará hasta el 6 de enero de 2026.
El rito de apertura de la puerta de bronce decorada comenzó en el interior de la basílica con la lectura en distintas lenguas de pasajes bíblicos que profetizaban el nacimiento del salvador “que trae su reino de paz a nuestro mundo”, según explicó el lector.
A continuación, para subrayar cómo el nacimiento de Jesús “proclama el amanecer de la esperanza en nuestro mundo”, se proclamó el relato del Evangelio de San Mateo sobre el nacimiento de Jesús.
Introducido con un toque de trompetas, el coro cantó: “Iremos con alegría a la casa del Señor”.
“Los pasos que ahora damos son los pasos de toda la Iglesia, peregrina en el mundo y testigo de la paz”,dijo el Papa a los cardenales, obispos, invitados ecuménicos y fieles laicos reunidos en el atrio de la basílica.
“Aferrados a Cristo, roca de nuestra salvación, iluminados por su palabra y renovados por su gracia”, prosiguió el Papa, “crucemos el umbral de este templo santo y entremos así en un tiempo de misericordia y de perdón para que se revele a todo hombre y a toda mujer el camino de la esperanza que no defrauda”.
Haciéndose eco de los temas jubilares bíblicos de la reconciliación y el perdón, el Papa Francisco rezó para que el Espíritu Santo ablande los corazones endurecidos para que “los enemigos vuelvan a hablarse, los adversarios se den la mano y los pueblos busquen encontrarse”.
“Haz que la Iglesia sea fiel testigo de tu amor y resplandezca como signo vital de la esperanza bendita de tu Reino”, rezó.
Normalmente, la Puerta Santa, a la derecha de las puertas centrales de la basílica, permanece sellada con ladrillos, un recordatorio simbólico de la barrera del pecado entre las personas y Dios. Los 16 paneles de las puertas de bronce ilustran momentos clave de la historia de la salvación, como la caída de Adán y Eva, la anunciación del nacimiento de Jesús, Cristo presentado como el pastor que rescata a una oveja perdida, la crucifixión y Jesús resucitado apareciéndose a los discípulos.
Diez niños de 10 países diferentes, cogidos de la mano de sus padres, cruzaron el umbral después del Papa y los monaguillos, pero antes que los cardenales y obispos. Después pasaron 54 personas de 27 naciones, entre ellas Estados Unidos y Canadá, Australia, Tanzania y Togo, Venezuela y Vietnam. Muchos de ellos vestían los trajes tradicionales de sus naciones o grupos étnicos.
Ni la oficina de prensa del Vaticano ni la del Jubileo dieron a conocer los nombres de los peregrinos ni explicaron cómo habían sido elegidos.
Entre los primeros en cruzar el umbral también había representantes de otras iglesias cristianas. El Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos dijo en una nota explicativa: “Entrar por la Puerta Santa expresa la voluntad de seguir y dejarse guiar por el Hijo Unigénito de Dios”.
Especialmente durante el año en que se celebrará el 1700 aniversario del Concilio de Nicea, que definió solemnemente los fundamentos de la fe cristiana, el ritual “es una manifestación de la fe que todos los cristianos comparten en Jesús, el Verbo Eterno hecho hombre”, decía la nota.
Sin embargo, añadía, la participación de los invitados ecuménicos “no debe interpretarse como un intento de asociarlos a elementos del jubileo, como la indulgencia jubilar, que no están en consonancia con las prácticas de sus respectivas comunidades”.
De hecho, la “venta” de indulgencias contribuyó a desencadenar la Reforma Protestante; la práctica fue prohibida posteriormente por el Concilio de Trento.
La Iglesia católica cree que Cristo y los santos han acumulado un tesoro de méritos, al que otros creyentes — estando arrepentidos y rezando profundamente — pueden recurrir para reducir o borrar el castigo que les corresponde por los pecados que han cometido. Peregrinar, confesarse, comulgar y rezar para obtener una indulgencia es una parte fundamental del Año Santo.