“No estamos solos”, así resumió María Salazar, el sentimiento que la embargó cuando supo que podría enviar a El Vaticano una misiva con la intención de pedir al santo padre por la protección de los inmigrantes hispanos.
“Dios nos tiene en su mano y no nos abandona”, agregó Salazar, oriunda de Monterrey, México y servidora junto a su esposo Pedro, desde hace una década, en el Ministerio de Eucaristía de su iglesia, la parroquia de Santa Ana, en Coppell.
Los Salazar escribieron en una tarjeta su petición para que Dios interceda tocando el corazón de los líderes y las familias inmigrantes dejen de sufrir persecución en Estados Unidos.