Por Peter J. Ductram
Especial para Revista Católica Dallas
Hay una palabra que hemos estado escuchando cada vez más dentro de las comunidades de la Iglesia como en algunos medios de comunicación, “sinodalidad”. El término se refiere a la práctica de la Iglesia que se remonta a los inicios de vivir el Evangelio como pueblo peregrino de Dios.
Esta práctica, inspirada por el Espíritu Santo, es dual: dentro de sus estructuras (ad intra), y con quienes no comparten nuestra fe (ad extra).
Ad intra se refiere a la práctica interna de acoger, honrar y celebrar la riqueza de los carismas y las contribuciones de todos los bautizados, independientemente de su (dis)capacidad, situación económica, logros académicos, idioma o ciudadanía.
Ad extra porque se refiere a las relaciones intencionales de la Iglesia con otras religiones y estructuras sociales para encontrar un terreno común para la vida.
Su santidad, el Papa Francisco, invita a la Iglesia universal a comenzar a reflexionar y dialogar sobre cuánto hemos contribuido a esa práctica de ser Iglesia. Esta práctica de oración intencional es una práctica antigua de la Iglesia conocida como sínodo. Un diálogo orante que tiene sus raíces en la oración atenta al Espíritu de Dios que habla en cada uno de nosotros. Un diálogo que va más allá de la lluvia de ideas para un conjunto de metas, conclusiones o consenso, sino para discernir dentro de la comunidad de fe el llamado del Espíritu de Dios. Este proceso de discernimiento comunitario es en sí misma la belleza del proceso sinodal, porque llama a los bautizados a escuchar con atención, participar activamente y orar con confianza.
Siga leyendo en la edición impresa, disponible en parroquias suscritas de la Diócesis de Dallas.